20120708

El Exorcismo



De esos días en los que el alma te duele. Ese dolor ajeno que se logra sentir gracias a esa maldita sensibilidad. Esa compenetración que se tiene con los demás, esa capacidad de sentir el dolor ajeno y hacerlo propio. Así me levanté hoy. Un diluvio me obliga a quedarme encerrado, mirando el mar desde el balcón. Las casas flotantes que se hacen pedazos, pues, es ilegal reconstruirlas, se retuercen sobre las furiosas corrientes que vienen de un poco más allá del Caribe.
El café supo amargo, así que se quedó sobre la mesa, enfriándose, dejándose llevar por la humedad. La brisa fría que entraba por la ventana que olvidé cerrar anoche, me comía vivo. Una canción maldita sonó. De esas que te traen más recuerdos que se disparan por la habitación y te “chupan” las ganas.
Las letras de un solo nombre corrían por el apartamento. Me perseguían por el pasillo y me empujaban. Me acribillaron en el escritorio, junto a la pila de artículos ecológicos que estuve leyendo anoche. Por la ventana, el sol salía pero la lluvia le daba batalla y se resistía. Se erguía potente y gritaba: este es mi lugar. Un nudo en la garganta me dejó mudo. No pude emitir sonido.
Su nombre giró hacia mí costado. Me abrasó. Me quemó. Lloré. Lloré una perdida más. Mientras recordaba aquella tarde que nos vimos por casualidad en la calle 23. La última vez que hablaríamos, la última vez que nos dimos la mano. Una lágrima calló; ¡maldita sea! odio llorar.
Así se fue. La voz regresó y la lluvia se fue. El viento se calmó. El mar volvió a ser bello. Un demonio más exorcizado. El apartamento se aéreo y pude reír recordando aquel encuentro en la calle 23. La muerte está ahí; tan fuerte, tan voraz. Me ha enseñado que demostrar amor no es debilidad; es necesidad.



A Linda; amiga descansa en paz.

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