La mariposa Monarca
pone sus huevos en el árbol de algodón de seda. Este árbol es venenoso en su
estado natural. La mariposa se las ingenia para lograr que los huevecillos
queden debajo de la hoja, así están protegidos del sol y otras amenazas. Luego
de un tiempo las crías se desarrollan y se vuelven gusanos de colores llamativos.
Estos gusanos se comen las hojas del árbol donde nacieron, esa misma hoja
venenosa, que las protegió durante todo ese tiempo. Así pasa el tiempo y cuando
ya no queda casi nada, ese gusano decide pasar por metamorfosis y volverse
mariposa. Una vez mariposa, emprende vuelo y migra por tantos lugares,
exhibiendo su belleza, su realeza.
Y no es muy diferente a
nosotros. Muchos nos alimentamos de ese mismo veneno que nos rodeó. Comemos de
ese árbol que nos envenenó. Hasta que ya no podemos más y entonces decidimos
tomar vuelo.
En ocasiones, ese
vuelo, puede ser postergado por esas corrompibles palabras que emulan amor. ¿A
cuánto se es capaz de renunciar? Yo no sé y no subestimo la capacidad de
muchos. No juzgo a aquel que ama con pasión, pues de eso se trata la vida… pero
no siempre amar con pasión es racional. A veces hay que ir un poco más allá,
pensar, mirar las cosas desde un punto más amplio. Entender que hay que
renunciar a ciertas personas que nos alteran el corazón, que nos envenenan la
vida, que nos queman la piel en ansias. Y es que no basta sólo amar. Es que hay
que tener en cuenta que la realidad nos obliga a renunciar a las posibilidades,
para que racionalmente, veamos cuál es el camino.
Hay que ser como la
mariposa monarca, que se alimenta de su propio veneno. Que logra encontrar la
belleza dentro de si misma, que toma vuelo y no olvida que su fuerza proviene
de ese dulce veneno que comió, que vivió. Estoy seguro que al partir, que al
decidir qué realmente quieres, el camino es más fácil. Y de seguro te realices
y encuentres la felicidad, en ese vuelo, que irradia tu belleza y tus talentos.
A
ti, porque no todo fue como crees.
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