20120408

Viaje


Hay un lugar de mi isla en el que me siento pleno, es el oeste, cerca de las costas y donde el sol es más fuerte que en el resto de la isla. Cuando mi mejor amigo murió, renuncié a la idea de regresar a Aguadilla. Evité de mil y una manera tener que pasar por el pueblo y contemplar el mar que tantas memorias me trae. Me negué el gustito de tomar ron en un coco y contribuir a las estadísticas de cáncer en la piel por insolación. Sencillamente, beté ese lugar.
Meses después, por razones desconocidas tuve la urgencia de montarme en mi carro y llegar al pueblo. Fue un verdadero martirio. Cada esquina me recordaba a mi mejor amigo y las ocurrencias que tuvo en vida. El helado de maíz no supo igual que la primera vez y los atardeceres entristecían más de lo que recordaba. Me encontré recorriendo los lugares que solíamos frecuentar y me topé con los recuerdos más dolorosos que jamás pensé tener.
A medida que iba haciendo este “viaje”, que duro tres días, el dolor fue perdiendo intensidad. La lluvia que azotó a la isla durante semanas se disipó y un sol brillante salió al encuentro de esas memorias que suelen atormentarme. No pude evitarlo. Sentado en una barra de madera y techo en hojas de palma, tuve que reírme. Ya no me quedaban más lágrimas para derramar.
Sucede que cuando la vida se antoja en llevarnos las cosas que más amamos, nos aferramos a ellas y no queremos dejarlas ir. Eso es lo que me pasó. Me aferré a los buenos y malos recuerdos, intentando volverlos mi presente, intentando recuperar esos días en los que le fallé. Como es de esperar; no pude contra la vida. Ella tan omnipresente se aseguró de que yo entendiera una verdad fundamental  que  negué durante todo este tiempo. Y es que a los muertos no se les olvida pero se les deja en paz.
Miguel se fue. Es un hecho que no volverá y de seguro si me viera tirado en Playa Montones, recordando hechos y llorando, me gritaría en su fatal español: ¡Pendejio! No ser tan pato y vamos a beber. Este viaje a  mi entender fue una peregrinación, un espacio para el perdón. No sé puede vivir adjudicando culpas que no tienen sentido y que ni yo mismo entiendo. Es por eso que antes de volver a la maldita rutina que me consume, antes de que llegue el lunes y el trabajo de oficina y botas me quite el ánimo, me voy a beber un coco con siete licores. Solo. Porque tengo que brindar con la vida y el tiempo, que me dieron la dicha de tener un mejor amigo cuatro largos años. Sin importar que se haya ido, sin importar que dejó en el camino mil “Issues” sin resolver.
Yo me merezco este trago, yo me merezco este sol. Yo no me merezco el tormento. Miguel, donde quiera que estés; esta noche los tragos van por mi.

3 comentarios:

Aquiles Alejandro dijo...

en definitiva miguel tuvo mucha suerte de tener un amigo como tu....me gusto el texto..

Anónimo dijo...

Es que tu logras escribir con el corazon... como puedes? Llore como una idiota.

_juanra dijo...

Definitivamente hiciste bien al tomar la decisión de enfrentar el temor, la impotencia, y la incomprensión de lo ya sucedido. En ocasiones la realidad resulta dolorosa, pero como sabemos evitarla no la cambiará ni la desaparecerá; simplemente siempre estará ahí, y siempre será mejor trabajarla, que negarla. Estoy seguro que con el paso de los días notarás cambios asombrosos. Buen post... Paz a Miguel.