20120418

Uno de mis vicios

En mi vida hay días en los que no contesto el teléfono. Esos días en los que me baño con agua fría a las cinco de la mañana y comienzo mi rutina sin ruidos. Desaparezco de las redes sociales, olvido las reuniones y los almuerzos, apago el celular y de seguro a las nueve de la noche estoy encerrado en mi apartamento. Son esos días donde se anhela la compañía de uno mismo.

Algunos lo llaman bipolaridad, otros simplemente me gritan que estoy loco. A mi me da igual. Es esa necesidad de que mientras lidio con los días, necesito silencio. Son las ganas de beber vino en una barra pero sin nadie al lado. Es la felicidad de salir corriendo sin tener que dar explicaciones y olvidarme, de que tengo un mundo con el que hablar.

No es egoísmo. No todo el mundo puede comprender esta actitud de mi persona. No muchos están dispuestos a tolerarla. Escribo esto desde un cuarto piso. Creo que vi en el celular unas veintitrés llamadas perdidas y quién sabe cuántos mensajes de texto. No me quedan muchas ganas. No hay opción esta vez.

Mi primera llamada es una con cargo nacional y la voz que me contesta 3,323 kilómetros más allá no suena molesta. Eso más que ilusionarme me desequilibra el sistema. ¡Coño! Hay que querer para contestar de esa manera y no reprochar el abandono del día.

En resumidas cuentas; me prometo a mi mismo controlar estos arrebatos pero sé de sobra que es una promesa vaga, sin fundamentos. Mil cosas han cambiado en mí pero también hay mil cosas que siguen igualitas que hace cinco años atrás.

Esa soledad que me encanta degustar, que me place contemplar. Es parte del enredo con piernas que soy. Es uno de mis vicios.  

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