El invierno llegó y un frío quebrador me sorprendió en medio de un día de esos en los que no quieres pensar más allá de lo que el día te exija. Lo confieso: no me acostumbro a usar guantes, a dejar de sentir las orejas y a despertar con el cuerpo adolorido. Sin embargo, me levanto cada mañana y aunque me falten las ganas, levanto el rostro y afronto los golpes.
No escribía desde la muerte de Miguel y hoy tuve la urgencía de hacerlo. Leí que mañana comenzará a caer nieve.
Nunca he visto nieve. Miguel siempre decía que debía visitar Chicago o New York y ver la hermosura que la nieve aporta a las ciudades. No sé de que hablaba, quizás mañana cuando mire por la ventana entienda lo que el quería decirme. Ya van 5 meses de su muerte y no voy a negar que me he recuperado bastante del golpe que fue saberlo muerto. En 18 días subo de rango y pronto regreso a mi isla. La nieve quizás sea un regalo del cielo para celebrar conmigo que he llegado hasta aquí y que aunque él no esté, celebra en grande conmigo. Quizas sea una forma de recordarme que aùn quedan mil razones para continuar.
No me queda más que acostarme a dormir y esperar a que cuando despierte todo sea blanco y hermoso: justo como él dijo.
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