20140727

La vista de las montañas desde el sur hace que recuerde una historia de mi niñez, una historia de esas que se vuelven realidad y hacen que la vida tenga una sensación de linealidad. Cuando era niño y miraba la Cordillera Central creía que las montañas eran una división, algo que separaba la isla en dos lados, San Juan era un lugar ajeno al calor y sequía de Ponce, nada de lo que pasaba allá se sabía acá. Las montañas separaban todo, y prohibían el acceso y la mezcla entre esos dos mundos, sólo algunos valientes eran capaces de cruzarlas y vivir a plenitud entre dos mundos.
           
Cuando tuve edad suficiente, fui de esos valientes que cruzaron la barrera. Me encontré en un ciudad nueva, un mundo que no conocía, esperándome. Mientras me perdía en los chubascos y el tráfico, olvidé que allá en el sur, dejé algo. La vida en el norte me dejó sabores agrios, dulces, amargos, suaves… amores furtivos, amigos de temporada, minutos de borracheras que se bebían a sorbos.

            De regreso al sur, al mirarme al espejo y ver pasar los recuerdos, claramente noto que no soy el mismo. Al cruzar la cordillera dejé aquel muchacho de ojos verdes y con miedos, perdido en la ciudad que lo obligó a irse. Allá quedaron los miedos y con ellos las ganas, lo que hace que parte del alma se fuera en el intento. Aquí en el sur las cosas no son diferentes. La vida da pocas oportunidades, así que hay que agarrarlas con ganas y muchas veces sin pensarlo.

            Quisiera poder decir que todos pasamos por esto, pero generalizaría, así que hablaré por mi propia experiencia. Cuando vamos creciendo, creemos que se puede hacer tanto. Nos llenamos la mente con los discursos, mil y una vez repetidos, de que la vida puede ser eso que queramos, de que está todo en nuestras manos, de que el mundo es para nosotros. Vamos conociendo poco a poco ese mundo, que al darnos cuenta, nos quita más de lo que nos da. Chocamos de frente con una verdad que no queremos saber, y es que solamente se vive de esperanza, se lucha contra un mundo convulso al que no le queda mucho de aquellos sueños que de niños eran tan tangibles. Las cosas se vuelven efímeras, la educación vaga y nosotros una masa. Entonces ese cuento de niño, que separaba el país en dos mundos, ya no es tan real, porque pasa lo mismo aquí en el sur y en San Juan.

            Uno comienza a ver las cosas diferentes, comienza a hacer importante lo que antes no era, y se da cuenta de que de sueños no se vive. Comienza a conquistar ideas. Esa es mi generación, la que tiene que decidir si continua caminado el sur entre desiertos, la que tiene que recalcar que está viva entre tantos muertos.

            Mientras se camina en esas sombras llegan los amores, esos que nos hacen ver luz en la noche más oscura. Amores que también hay que abandonar, dejar ir, olvidar. Entonces nacen las depresiones, los dolores y los años nos caen encima. Las preguntas sin respuesta comienzan a surgir y a veces no dejan tan siquiera dormir.


            Así se pasan los días… pero quisiera hacer una consideración; todo es hermoso y no cuesta nada. Entonces recuerdo que la clave de todo está en cómo se vea, entregarse al amor y volver a creer aunque sea en un espíritu. Las decisiones que hemos tomado nos hacen lo que somos y no vale la pena vivir sin que se guste uno mismo. Los amores que se van, aunque se llevan posibilidades, sólo son eso; posibilidades. Es mejor pensar que esas posibilidades abren puertas a muchas otras más, en el camino uno se da cuenta que el amor está en uno, que uno puede volver a amar con la misma intensidad y pasión. Descartando esa sensación de perderlo todo, se ven nuevos pasos a seguir y nuevos modos a elegir. No quiero sonar como un Paulo Coelho, pero creo que se puede combinar lo bello y la luz. Creo también que la vida va sin pedirnos nada. Lo que no nos decían en aquellos sueños de niños es que muy probablemente nada resulte como lo queramos. Que a veces hay que ceder y en ocasiones se termina solo. Al final, sí se puede vivir con uno mismo y sin todo lo que nos han quitado. Es sólo seguir creyendo. 

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