20091116

Muerte


“El servicio nacional de meteorología ha emitido un anuncio….”

Las nubes son negras, los chubascos caen y el diluvio se hace ver. Marta, mujer de incansable corazón, carácter de hombre, fe extraordinaria, sentada en el balcón reza por su marido, Jaimito. Una plegaria ciega, automática, ya que entre tanto y tanto rezar la fe se la ha confundido con la obsesión de amar. “Dios, no me lo arrebates todavía, aun nos queda mucho por vivir… San Mateo, protégemelo… María, madre mía dale vida y salud…” Un rosario entre las manos sobre la falda azul, destejida y manchada por los menesteres del hogar, nos hace imaginar la ardua labor.

En el cuarto Jaimito descansa, sedado por tanto medicamento, lleno hasta los pies de cables. En la pared cuelga un calendario, donde una X que marca el día 27, lee “…quimioterapia a las 10…”.

La lluvia arrasa con la casa hecha en madera y zinc, el campo se hace un lago y llega la hora del café. Con su media negra por tantas colas, Marta se para frente a la estufa y recita una vez mas “…María, madre mía no te lo lleves que me duele el alma…” El agua comienza a hervir en la cacerola ya no tan circular como años atrás. Marta sigue recitando, Marta sigue llorando.

Jaimito comienza a despertar. Los dolores del cáncer o de las drogas y los tubos, solo dejan ver en su cara las muecas de dolor. El bien sabía que muchas veces, el remedio es peor que la enfermedad. La oración de Jaimito es otra, una un poco menos arrulladora. “¿Por qué carajos me haces esto? Llévame ya de una vez…” Quizás por el trance en el que esta, o quizás es una realidad, pero no le cuesta imaginar como será de apacible su muerte.

Un día lluvioso como este, donde sobre el Zinc se escuchan las frías gotas de agua, donde la cama esta caliente. Será un día como este, el día de su muerte. Así lo quería, así lo imaginaba, así lo escribía. Lo mas que dolía no era abandonar esta vida, sino dejar a Marta. Esa mujer que en los últimos meses se había dedicado completamente a el. Dejando familia, trabajo, amigos, todo. Solo ella le dolía. Marta nunca lo dejaría ir, estaba aferrada a curarlo, a cuidarlo y morir antes que el si era necesario. Los dolores suben de intensidad, ya la morfina no los calma, ya nada los detiene. La cabeza sin cabello se pone roja como si se ruborizara, pero el rojo viene de la presión que la vida misma hace en Jaimito.

Se retuerce, se recuesta, se siente, se para, se cae en la cama, se encoje, calla. Pero ya es imposible callar, los escalofríos le queman, siente su sangre fluir, su estomago se revuelve. Los dedos le tiemblan, los ojos se le cierran. Necesita gritar, no quiere, pero necesita gritar… “Ahhhhh…..”

Marta frente a la cacerola, corre angustiada al cuarto, mientras reza un padre nuestro. Jaimito, tirado sobre la cama, en posición fetal, con las lágrimas obligadas, no quiere mirarla. “¡Ay! Jaimito tranquilo, ya pasa, ya pasa…” El abrazo de Marta lo abrasa. Le quema la piel. “Ya no puedo mas…”.
Vómitos de sangre caen en la falda azul de Marta. Ella no puedo ponerse en pie y buscar el balde donde el vomita, solo se queda ahí, llorando. La sangre es roja, un rojo puro. Una sangre dañada, infectada. ¿Con el cáncer o con la quimioterapia? “…lo siento no quise vomitarte…” “…no importa, eso se limpia…”. La lluvia se acelera, sobre el techo de zinc solo se escucha el mar que del cielo cae. Las voces de la pareja son opacadas por este relajante sonido. “…voy a buscar para limpiar, relájate…”

Jaimito se recuesta, siente que ya es hora. Tiene que partir, tiene que olvidar. “Déjame ir Marta…” El susurro es cada vez mas susurrado, cada vez menos audible, cada vez mas callado. “Déjame ir Marta…” Jaimito quiere paz. No ha de ser tan mala la muerte, pues la vida tiene que ser un plano intermedio, ¿dónde estábamos antes de nacer? La lluvia va cesando, Jaimito va callando. El sol va retomando su trono, Jaimito va siendo desterrado. Los ojos cada vez más grandes y cristalinos, la boca abierta. Sobre la triste cama, que alguna vez fue lecho nupcial, Jaimito dice adiós a su vida.

Marta con otra falda, corre hacia la cocina a apagar la cacerola. El agua se evaporo, el sol salio. Es entonces que se da cuenta y siente la paz. Con el rosario en la mano, camina sin querer al cuarto. Sobre la cama el cuerpo descansa, apacible, sin llanto.

Marta se desploma, cae de rodillas al suelo y los gritos llegan a los oídos de los vecinos.

“…que hago ahora yo, que me muero, no te lo lleves, que es lo único que tengo…”

Las nubes son blancas, no caen los chubascos y la primavera se hace ver.

1 comentario:

nicole dijo...

me encanto!! se me parese un poco a "my sister keeper" pero siento el desespero de los personajes!!