20100611

Respuesta a las doce Magdalenas de mi vida...

Aquellas doce, significaron mucho. Unos menos, otras más. Doce magdalenas, unas más caras, unas más baratas. Cada una me enseñó algo esencial y que de seguro usaré en lo que me resta de vida. (De seguro has de tener una risa en la boca y en tu mente te preguntaras ¿Qué te enseñó? a….) Me es inevitable escribir esto.

Con ellas supe cuan fácil puede encontrar uno sexo y me queda de sobra sabido, lo que no quiero en la vida. Con cada magdalena no se hace uno más hombre, ni mucho menos más certero, eso es algo que algunos sabemos.

Sucede que todos tenemos muchas Magdalenas o Magdalénicos en la vida. Los encontramos cuando por desespero buscamos aquello que se llama: Amor. En un instante te encuentras, embarrado en un estacionamiento, a oscuras, su cara sobre ti y te preguntas ¿Habré encontrado lo que busco? Sólo inviertes algún tiempo, la cantidad no es relevante, pues, depende del día o de la excitación del momento. Entonces, luego de invertir, te embarcas río abajo, con la envergadura de los cuerpos más pequeña que jamás ha existido.

Descubres, quizás después de doce y no después de una, que ese instante no basta, solo para encontrar aquello. En algún punto el placer te come, lo quieres derrochar, porque la carne se llena esporádicamente de esos fluidos digitales, que te regala otro ser. Se vuelve una necesidad, pero con un poco de entereza y a sabiendas que no llega a volverse un vicio, puedes parar.

Somos muchos los que hemos parado. Picar de flor en flor, solamente deja focos rotos, gente “stalker” y una que otra mordida moribunda. Dichosa tu, que has guardado algo importante para ese momento propicio, en el que la felicidad de dos cuerpos, se envuelve y crea un solo ser. No es que este justificando. Pero la verdad del caso es que, cuando alguna vez la monja dijo que debía uno guardarse para ese momento, quizás tenía un poco de razón. Porque no ha de haber momento mejor calculado, mejor propiciado cuando le entregas eso al ser que te ama y tu amas. Yo en cambio, entregaré doce cicatrices, dos mordidas, malas memorias, un poco de saliva y algo de experiencia.

Esas doce magdalenas, putas, han sido parte de mi vida y de lo que soy. Y a cada una la respeto y recuerdo su nombre. Porque de ellas supe, no como diría Arjona, que el amor no se busca en la carne, si no en las confesiones de la boca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El primer beso llegó a los 4 días, forzado por compromiso... asquerosamente ridículo. Sentados en el pasillo que daba a la Galería de Arte, Mr. Pringles se dio a la tarea de ser el dueño de primer beso, nada fácil. Y llegó el beso, cuando Mr. Pringles me viró la cara y ¡nooooooo! ¿Saben la imagen que tuve en mi mente? ¡Un apéndice! No pregunten detalles. Eran las 4:00 de la tarde, mi mamá me buscaría a las 5:00 y simplemente me paré y me fui como las dementes a llorar a casa de mi mejor amiga en aquel entonces, que me dio un cheesecake para quitar el mal sabor.